Mariano Pina Turón
Pedro Esteban Hernández
Antonio Lahoz Gan
(1867-1936)
Nació el 13 de abril de 1867, de Antonio y Antonia, en Híjar, siendo bautizado al día siguiente. Aprendió de la familia devoción, piedad, laboriosidad, afición a las lecturas edificantes. A los veintiún años ingresó a la Orden de la Merced, vistiendo el hábito blanco el 19 de diciembre de 1888. Emitió los votos solemnes el 24 de diciembre de 1892. Fue ordenado sacerdote el 19 de septiembre de 1896. El 8 de agosto de 1936 sufrió el martirio. Sus restos fueron llevados a El Olivar el 5 de noviembre de 1938.
(1869-1936)
Nació en Híjar, el 27 de junio de 1869, de Isidro y María, familia de los Sidricos, que lo bautizaron al día siguiente. Ingresó de veinte años en El Olivar. Fue hermano laico. Vistió el hábito el 19 de abril de 1890. Profesó los votos temporales el 27 de abril de 1891 y los solemnes el 27 de abril de 1894. Se dice de fray Pedro que era observante, humilde, obediente, trabajador, puntual en el coro y los actos comunitarios, gustoso de lecturas espirituales, amante de las cosas de comunidad; que componía gravedad con jovialidad, afabilidad y respeto; que contagiaba alegría a cuantos le trataban. Sufrió el martirio a primeros de septiembre de 1936.
(1858-1936)
Nació en Híjar el 22 de octubre de 1858, de Antonio y Rafaela, en la casa de los Espinagueros, de buena posición económica. Fue llevado a la fuente bautismal al día siguiente de nacido. Un sobrino cuenta que ningún domingo faltaba al rosario de la Aurora, frecuentaba los sacramentos, cantaba en el coro parroquial, llevaba una vida muy retirada y recogida. Ingresó cuarentón en El Olivar, previa la dispensa de edad, vistiendo el hábito el 14 de abril de 1903. Profesó los votos simples el 27 de abril de 1904 y los votos solemnes el 28 de julio de 1907. Sufrió el martirio a primeros del mes de septiembre de 1936.
Santiago Meseguer
Francisco Calvo
Francisco Monzón
(1885-1936)
Maestro en la fe y en la verdad (1 Tim 2,7)
A sus 50 años bien cumplidos estaba en un gran momento de su vida, con frutos ciertos y maduros. Por la ejemplaridad de su vida religiosa y fidelidad a la observancia regular, dejaba entrever su santidad. Por su dedicación al estudio y enseñanza, escritor y publicista, se granjeó el dictado de sabio por lo que fue honrado con el título de Maestro en Teología. Las cátedras del Seminario Conciliar y el estudio General de Valencia fueron campos de trabajo. Por otra parte, se distinguió por su sencillez y cordialidad, que tanto honra a los grandes hombres.
Su destino era Valencia, pero al estallar la revolución estaba de paso en Barcelona, y no pudo continuar su ruta. Al dejar el Convento se refugió en una familia amiga. Pudo pasar desapercibido unos meses, pero no faltó la denuncia frecuente entonces. Detenido e interrogado sobre su condición sacerdotal, lo afirmó rotundamente. Dijo que prefería la muerte a ofender a Dios negando su misión como sacerdote.
Fusilado pocos días después, santamente preocupado por el encuentro con la majestad de Dios, cuya grandeza intuía como sabio.
Beatificado en Roma el 11 de marzo de 2001.
(1881-1936)
Siervo bueno y fiel (Mt 24,45)
El P. Paco representa la bondad y la servicialidad en persona. Piadoso instrumento para que personas pudientes ejercitasen la caridad entre los pobres de Híjar, a quienes el Padre tenía en gran consideración y les ayudaba en todo lo que podía. Profesor estimado y escritor popular bien valorado, fue a la vez un director espiritual que benefició a muchas almas. De escasa salud aprovechaba el verano para reponerse junto a su madre. Hombre de bien, que tanto bien había hecho a otros, sin embargo, fue detenido. Doce horas en la cárcel le prepararon para el martirio y despedirse de su madre como “tu hijo en agonía”.
Pesado y enfermo, su camino al martirio fue de heroica elocuencia. A los culatazos y empujones, caídas y esfuerzos para poder andar, blasfemias, burlas e insultos, respondía él rezando el Rosario en voz alta. Al llegar al lugar del sacrificio pidió poder terminar el Rosario y morir de frente, perdonando y bendiciendo a sus enemigos. Curiosamente se le concedió todo. Se puso el Rosario dentro de la boca, abrió los brazos en cruz y dijo: “Ya podéis disparar”. Una descarga fulminante fue suficiente.
(1912-1936)
Creyó contra toda esperanza (Rom 4, 18)
Un ideal apostólico, a punto de abrirse a la vida, tronchado por una descarga mortal. El joven P. Monzón, de ilusión misionero, y como lema, cumplir la voluntad de Dios. Dios en cambio lo quiso para mártir. Una vida de 24 años, forjada en el seno de una familia cristiana y madurada en la ascética de la vida conventual adquirió el grado de madurez necesaria y fue trasplantada el reino de lo eterno.
Su muerte, posiblemente intuida, le movió a prepararse santamente. Ni se arriesgó, ni se acobardó, esperó la hora de Dios. Días y noches escondido en campo abierto, días recluido en la cárcel, con muchas horas de meditación, fueron el oportuno preludio martirial. Dios rubricó el sacrificio de su siervo, señalando con un arco de potente luz el lugar de su sacrificio a devotos amigos que lo buscaban.
De corazón bondadoso, con ingenuidad de santo, deseoso de llevar almas a Dios, ha recibido la gracia de poder hacerlo desde el mismo corazón del Señor, pocas semanas después de haber recibido la unción sacerdotal.
Sus últimas palabras, de hondura cristológica y grandeza épica, fueron: “¡Dios mío! Jesucristo derramó su sangre por mi; ahora yo la derramaré por Él”. Un brutal empujón, y poco después una seca descarga lo sellaron definitivamente.